Así es, durante la gestación, la piel experimenta un sinfín de cambios que ponen a prueba su capacidad “de aguante”. Tener que adaptarse una y otra vez a las constantes variaciones de volumen, típicas del embarazo, es un verdadero suplicio para ella, pues se pone en peligro una de sus cualidades más preciadas: la flexibilidad. Como resultado a este “tira y afloja”, la malla elástica del tejido pierde turgencia, y el engranaje de sostén cutáneo se desmorona.