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ZONAS FRÁGILES
ZONAS FRÁGILES

 

Mirada, labios, cuello y senos… estos 4 pilares de belleza constituyen un símbolo indiscutible de feminidad. Ellos son, sin duda, un arma de seducción infalible. ¿El inconveniente? Su gran fragilidad frente al paso del tiempo. 

 

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MIRADA, objeto de seducción

 

Traviesa, tentadora, sugerente y caprichosa... la mirada es el arma de persuasión más preciada de la mujer. Y es que a través de ella se pueden transmitir los más sinceros sentimientos y emociones. Eso sí, su frágil condición la delata como una de las zonas con mayor predisposición al envejecimiento.

 

La piel del contorno de los ojos resulta extremadamente delicada ya que es 5 veces más fina que la del resto del rostro. Además, esta zona se ve sometida a un parpadeo cada 6 segundos, es decir, a más de 10.000 al día, de manera que realiza un trabajo constante. Si a todo esto añadimos que cada 10 años pierde el 6% de su espesor, no es de extrañar que sea la candidata perfecta para sufrir prematuramente las huellas de la edad. Asimismo, es justo en esta zona donde se marcan con más facilidad los signos de cansancio y estrés, dando como resultado una mirada fatigada y carente de vida. La zona orbicular se caracteriza por poseer una hipodermis débil. Sin embargo, a pesar de su fragilidad tiene una ardua misión, debe garantizar la protección del ojo contra los daños externos y reaccionar con gran rapidez. Pero se trata de una zona especialmente sensible a las agresiones medioambientales como el sol, las variaciones de temperatura, aire acondicionado, contaminación, humo, etc. por eso no es de extrañar que ésta se rinda abatida fácilmente frente a sus enemigos.

LABIOS, besos que dejan huella

Delicada como ninguna otra, la piel de los labios empieza a envejecer a una edad muy temprana. La solución para evitarlo, ofrecerles la atención que se merecen mediante el uso de una cosmética especializada capaz de restaurar de nuevo su belleza, con el fin de otorgarles máxima suavidad. 

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Podría decirse que los labios empiezan a envejecer desde los 25 años. A partir de esta edad, poco a poco van perdiendo humectación y carnosidad. Los labios son, sin lugar a dudas, una de las zonas más sensibles y delicadas del rostro. Carecen de una película hidrolipídica que los proteja, por lo que son especialmente vulnerables a las agresiones externas. Su piel no tiene glándulas sebáceas, y no puede ni producir sebo ni auto-hidratarse. Por lo que su protección para defenderse del sol, de la contaminación y otros agentes externos deja mucho que desear. Además, su epitelio consta tan sólo de dos capas queratizadas a diferencia de las ocho que recubren el cuerpo y las veinte presentes en manos y pies. Esta frágil condición les hace especialmente sensibles a los cambios climáticos, de manera que presentan fácilmente un aspecto agrietado. Asimismo, las variaciones de temperatura provocan continuas dilataciones y retracciones, traduciéndose en sequedad e irritaciones en la superficie labial. Auque la saliva es un excelente cicatrizante, su humedad sólo consigue resecarlos y deshidratarlos en mayor medida. Además, el contorno labial tiene pocas fibras de sostén, por lo que la aparición de ptosis en esta zona es más frecuente. 

PECHO, un perfil muy femenino

Su forma y perfil otorga a la silueta su identidad femenina y sensual que tanto la caracteriza. Pero no hay que olvidar que esta zona del cuerpo es especialmente vulnerable, pues está expuesta a los caprichos hormonales y a los cambios de volumen típicos de etapas de la mujer como el embarazo o la lactancia. Sensible como la que más, esta piel requiere un cuidado especializado que vele por su bienestar.

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El tamaño del busto viene determinado por el tejido glandular, el conjuntivo y el adiposo, encargados de conferirle su volumen y turgencia. Cabe decir que el pecho no está fijado, sino que está sostenido al tórax por la piel que lo recubre y de la cual depende su posición y perfil. Su movimiento depende de la contracción de ciertos músculos: los pectorales, ubicados desde el esternón a la clavícula y al húmero y el músculo cutáneo del cuello. Este último es un músculo ancho y delgado que se extiende desde el tórax al maxilar inferior. La tonicidad y estado de dichos músculos determinarán también la resistencia de la piel de esta zona tan delicada del cuerpo. En los senos, la epidermis, que hace de sostén, es muy fina y frágil, y está constituida por una lámina de tejido fibroso sólidamente unida a los músculos pectorales. El tejido adiposo también forma parte esencial de su firmeza, puesto que cubre totalmente la glándula mamaria, excepto la areola, por lo que el aumento o disminución de este tejido repercute en la elasticidad y distensión del busto. Si a esto añadimos que el pecho carece de tejido muscular y que está conectado a los músculos pectorales por medio de sólidos cordones del tejido conjuntivo, nos haremos una idea de la gran fragilidad de este órgano y la importancia de su delicada belleza. 

CUELLO de cisne

Un cuello esbelto y terso otorga elegancia al perfil del rostro. El problema está en que esta obra, en principio,  “arquitectónicamente perfecta” es muy efímera, y se muestra especialmente irascible a la ley de la gravedad. Con el tiempo, las arrugas se empiezan a dibujar sobre ella, mientras que la flacidez se encarga de “derribar” gran parte de su belleza. 

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Así es, la piel del cuello es particularmente fina, por lo que en ella, los años se marcan con facilidad. Además, los factores externos, como el roce de la ropa, los cambios medioambientales y la gesticulación constituyen verdaderos enemigos. Aparte de ser extremadamente vulnerable, esta zona presenta muy pocas glándulas sebáceas, y por consiguiente, su manto hidrolipídico posee también poco agua, por lo que su nivel de hidratación deja mucho que desear. Por consiguiente, las fibras de colágeno se deterioran y las de elastina se fragmentan. Bajo estas circunstancia la piel se vuelve extremadamente seca, pierde firmeza y elasticidad. Con el tiempo, es fácil que aparezcan arrugas verticales, que se cruzan el cuello hasta alcanzar el centro del escote y otras profundas y horizontales, conocidas comúnmente como “collar de Venus”