Así, a medida que se cumplen años, el proceso de renovación celular se ralentiza, descubriendo una piel más áspera y sin brillo; las glándulas sebáceas reducen la producción de grasa y el tejido se deshidrata y la progresiva pérdida de colágeno se traduce en el adelgazamiento cutáneo y la formación de arrugas finas, en las primeras fases, para, progresivamente, ir acentuando la flacidez.