%title
DIGESTIÓN Y EMOCIONES, UNA ESTRECHA Y COMPLEJA RELACIÓN
Por Nueva Estética
Es una realidad más que constatada, las emociones afectan a la digestión. Y esto no se queda aquí, lo sorprendente es que el flujo de información va en un 90% del intestino a la cabeza, y solo un 10% en el sentido contrario. Esta comunicación se realiza a través del nervio vago. ¿Y qué significa esto? Pues que la influencia que tiene el intestino sobre el cerebro es mayor que la que tiene el cerebro sobre el intestino, comenta Fani García, especialista en patologías digestivas y TCA.
El rol del sistema nervioso en la digestión
En lo que se refiere a esta tema, ahí va la siguiente batería de preguntas y sus correspondientes respuestas ¿Qué es la digestión? ¿Realmente las emociones interfieren en ella? ¿Cómo funciona esta conexión? ¿Las emociones nos pueden enfermar? ¿Lo que nos pasa tiene que ver más con las emociones o con algo fisiológico? Conocer el quid de estas cuestiones es determinante para descubrir si lo que nos sucede está relacionado con el sistema nervioso, con los procesos físicos que lo comprenden, o con ambos. En definitiva: ante cualquier problema digestivo es preciso saber qué es lo que realmente está fallando. Para ello es determinante conocer cómo funcionan la digestión y las emociones a nivel físico y qué conexiones hay entre ellas.
Analizando distintos datos proporcionados por médicos especializados se ha llegado a la conclusión que muchas de las patologías asociadas a problemas digestivos están relacionadas con una mayor hipersensibilidad visceral, es decir, que parece que las tripas sienten demasiado lo que nos sucede. Nuestra forma de entender la digestión ha estado basada desde hace muchos años en un modelo bastante simplista, el estómago hace sus procesos con el ácido clorhídrico, se liberan las correspondientes enzimas digestivas y el quimo pasa al intestino delgado donde asimilamos los nutrientes, y por último, los desechos llegan al intestino grueso, donde excretamos lo que ya no nos sirve.
Pero las cosas están cambiando, de manera que todo lo que se ha descubierto últimamente sobre la microbiota, su impacto en nuestras emociones y viceversa desafía completamente las creencias científicas que llevan con nosotros tantos años, por lo que se ha convertido en un tema que genera curiosidad y controversia a partes iguales. Y es que en el modelo clásico, el sistema digestivo se concibe como un sistema independiente del resto del cuerpo, sin tener en cuenta, por ejemplo, las conexiones que tiene con el cerebro y que han dado origen al concepto eje intestino-cerebro. Un eje que demuestra que el sistema digestivo es más importante de lo que creíamos, y que sus funciones van más allá de nutrirnos, lo que ya de por sí no es poco.
Frases cotidianas como “a esta persona no la trago”, “noto mariposas en el estómago” o “se me revuelven las tripas solo de pensarlo” empiezan a cobrar cada vez más sentido, sobre todo cuando vienen acompañadas de numerosos estudios científicos que determinan cómo ciertas interacciones con los microbios que conforman nuestra microbiota intestinal influyen en las emociones básicas, en nuestras relaciones sociales y también en nuestra respuesta al dolor. Incluso, un estudio reciente muestra cómo estos microbios son responsables de muchas de las decisiones que tomamos, no sólo de aquellas relacionadas con la comida, sino de todo tipo de decisiones cotidianas. Increíble ¿verdad?
Pongamos a trabajar un momento nuestro espíritu crítico. Si realmente el sistema digestivo sólo se ocupara de la digestión, ¿para qué necesitamos realizar funciones como la producción de neurotransmisores como la dopamina o serotonina, esas famosas hormonas de la felicidad, o estar directamente conectado con nuestro cerebro de forma bidireccional a través de nervios, hormonas y moléculas inflamatorias? La respuesta es simple: para nada. La naturaleza es sabia y no elaboraría conexiones tan específicas y complejas si no fuese porque la digestión va más allá.
Sólo hay que pararse a pensar lo siguiente: cuando nuestro sistema digestivo no funciona como debería, entramos en un bucle de irritabilidad, ansiedad y cansancio. Esto también sucede a la inversa, es decir, las emociones afectan al sistema nervioso. Un ejemplo muy claro es que muchas veces la solución a los problemas es recurrir a una tarde de helado y sofá. ¿Por qué actuamos así? Pues porque nuestro sistema neurodigestivo funciona por asociación, y trata de ahorrar energía utilizando nuestras experiencias del pasado, como si fueran archivos que tuviera guardados. Pero como no sólo las emociones asociadas a la comida nos afectan. Estudios recientes nos hablan de cómo el miedo, la ansiedad o el estrés sostenido en el tiempo, por ejemplo, tienen un impacto directo sobre nuestro sistema digestivo.
El responsable de estas malas pasadas es el sistema nervioso entérico, nuestro primer sistema nervioso, el que desarrollamos en primer lugar cuando estamos dentro del vientre de nuestra madre. Sabiendo esto podemos dejar definitivamente atrás esa expresión de que el intestino es el segundo cerebro, porque a día de hoy podemos afirmar que no, que es el primero.
El orden en la vida, en la naturaleza y en la biología importa y todo tiene su razón de ser. El sistema nervioso entérico se encarga no sólo de regular los movimientos del intestino, la digestión y la protección frente a patógenos, sino que todas las neuronas que se encuentran bajo las mucosas por las que pasan los alimentos que ingerimos producen los mismos neurotransmisores que sus primas hermanas en el cerebro: dopamina, serotonina y en torno a unas cuarenta sustancias más con las que envían las instrucciones. Y esto no se queda aquí, lo sorprendente de este sistema es que el flujo de información va en un 90% de las tripas a la cabeza, y solo un 10% en el sentido contrario. Esta comunicación se realiza a través del nervio vago. ¿Y qué significa esto? Pues que la influencia que tiene el intestino sobre el cerebro es mayor que la que tiene el cerebro sobre el intestino. Explicado de forma, podemos decir que entre el intestino y el cerebro existen tres carreteras que conectan ambos sistemas: el nervio vago, los vasos sanguíneos (y todo el conjunto de hormonas, neurotransmisores y moléculas que transportan), y por último, la carretera del sistema inmune.
A todo esto debemos saber lo siguiente: por un lado está la microbiota, que produce sustancias que actúan como mensajeras para calmar las emociones, controlar el sistema inmune y desinflamar. Por otro lado está el cerebro propiamente dicho que, a través del nervio vago y de hormonas como el famoso cortisol. influye en la motilidad intestinal y en todo el proceso de digestión. El estrés y esas emociones que se “atragantan” son las causantes de que este sistema de tres carreteras se desajuste, por lo que recuperar la salud digestiva y emocional pasa por solucionar lo que sea que esté sobreactivando el sistema nervioso.
Más info “Es tu tripa la que grita”. Editorial Urano.
Lee el reportaje completo en la edición de Noviembre-Diciembre de NUEVA ESTÉTICA. Si no estás suscrito, hazlo AQUÍ.