Antes de salir. Es recomendable tomar un snack antes de llegar al restaurante para ayudar al cuerpo a controlar el hambre y poder pedir con mesura (una pieza de fruta o un yogur griego sería suficiente, aunque también puedes llenar el estómago con un caldo de vegetales), así evitaremos caer en las tentaciones más apetecibles y menos healthy que se acumulan en forma de kilos extra.
Un buen aperitivo. Digamos un rotundo sí al jamón, los encurtidos, frutos secos, los boquerones en vinagre, las gambas, el salpicón de marisco, los mejillones o los berberechos. Hay que huir de las patatas fritas, kikos, croquetas, hojaldres y rebozados. Acompaña este momento “delicatesen” con una copa de vino tinto y trata de evitar la cerveza ¿una opción mejor? Nada de alcohol, apuesta por un zumo de tomate o agua con gas y una rodaja de limón.
El primer plato. Es importante que esté formado por verduras, a la plancha o cocidas es una buena elección; las ensaladas son una opción muy saludable, el hecho de tener que masticar un rato hortalizas crudas lleva un trabajo gástrico importante que hace que se coma menos después; eso sí, ¡cuidado con el aliño!, es mejor que lo dosifiques tú mismo, puedes utilizar aceite de oliva virgen extra pero mejor una vinagreta ligerita o simplemente sal y limón.
Pescados o carnes magras para el segundo. Elaborados de forma sencilla, siempre a la plancha o al horno sin salsas demasiado pesadas (tanto a la hora de la comida como de la cena). En cuanto a la guarnición, opta por verduras, ensalada o una patata asada y controla las porciones.
¿Renunciar al postre? Es aconsejable elegir fruta de temporada o un sorbete de limón sin alcohol. Si eres un amante del dulce, podrás darte el gusto con una infusión endulzada con miel y limón.
Un consejo extra. Come despacio, te permitirá disfrutar más de la comida, ser más consciente de las porciones que consumes y hará que tu cuerpo tenga sensación de saciedad con menos cantidad de alimentos y haga una digestión más ligera.