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BELLEZA BAJO EL SOL
Por Nueva Estética
Damos la bienvenida al buen tiempo… y es que tenemos más ganas que nunca de extender la toalla en la arena, enfundarnos el bañador y disfrutar de lo mejor del sol, porque sus rayos mágicos nos llenan de vida, nos aportan buen humor y otorgan a la piel ese sensual color bronce que tanto nos gusta. Eso sí, siempre al abrigo de la cosmética solar. Porque no hay que olvidar que el 80% de los signos de la edad vienen provocados por los UV, que llegan hasta el corazón de la célula, alterando su código genético. Estos daños irreparables se acumulan en el “disco duro” de la piel, haciéndose visibles años después.
La buena noticia está en que hoy, los cosméticos solares de vanguardia incluyen activos cada vez más inteligentes con una capacidad de reparación extraordinaria. Además, la mayoría de estas fórmulas ofrecen una protección de amplio espectro: UVB, UVA, HEVis e IR. A su resguardo y tomando el sol con responsabilidad… damos por inaugurada la temporada de sol.
Por qué nos ponemos morenos
Como hemos visto, el fenómeno del bronceado se pone en marcha desde el primer momento en que la piel absorbe los rayos solares. Bajo el efecto de los UVB los melanocitos refuerzan su producción de melanina, almacenándola en pequeñas bolsitas, denominadas melanosomas, que aprovisionan a los queratinocitos para proteger sus núcleos. Pero, conozcamos más de cerca cómo funciona exactamente el sistema de pigmentación epidérmico, liderado, principalmente, por estos dos tipos de células: los melanocitos y los queratinocitos.
Los melanocitos son células especializadas en la producción de melanina. Están situadas en la unión dermoepidémica, y representan aproximadamente el 10% de las células de la epidermis. Están estrechamente vinculados a los queratinocitos, que los rodean. El conjunto, formado por un melanocito y una cuarentena de queratinocitos que linda con sus ramificaciones, constituye una Unidad Epidérmica de Melanización (UEM). En cada una de estas unidades es donde se produce la melanogénesis.
La melanogénesis tiene lugar en tres etapas sucesivas: la síntesis de melanina en los melanocitos, su dispersión en los queratinocitos que los rodean y su eliminación en la superficie de la piel.
La radiación solar UVA y UVB penetra hasta la capa basal de la epidermis, y es un potente activador de la melanogénesis, ya que actúa sobre los melanocitos y estimula directamente la síntesis de melanina. Por otro lado, nunca debemos olvidar que el conjunto de la melanogénesis se produce bajo el efecto del sol, pero también de ciertos factores genéticos y hormonales que controlan la pigmentación constitutiva (coloración natural de la piel).
Al broncearse, la piel se auto-protege del sol y disminuye su riesgo potencial de adquirir un cáncer cutáneo. Ello explica que con el mismo tiempo de exposición, las pieles claras sean más vulnerables que las morenas. Y aunque el bronceado es un buen protector anti-UVB, ante los UVA se convierte en un filtro mediocre. Este dato es especialmente relevante, si tenemos en cuenta que, aunque lo A son 100 veces menos cancerígenos que los B, existen 100 veces más A que B.
La profesional no debe dejar de recordar a sus clientes que, aunque su piel esté bronceada y “no se queme” sigue necesitando utilizar un protector solar, puesto que la piel sigue absorbiendo los UVA y sus efectos nocivos.
COSMÉTICA SOLAR
un seguro a todo riesgo
La principal misión de la cosmética solar es resguardar a la piel de la acción perjudicial del sol, filtrando los rayos dañinos, para aprovechar únicamente sus efectos positivos. La buena utilización de los protectores solares es nuestra mejor “sombrilla” frente al fotoenvejecimiento cutáneo. Además, hoy los nuevos productos permiten conseguir un bronceado mejor en un tiempo récord, cuidando al mismo tiempo la piel.
Las conocidas siglas SPF, que otras marcas transforman en IP, son la abreviatura de algo tan fundamental como es el Factor de Protección Solar. Unas siglas que suelen ir acompañadas de una cifra que indica la intensidad de protección. Existe una fórmula muy sencilla para saber con certeza qué nivel de protección proporciona un SPF. Consiste en multiplicar los minutos que tarda una piel desprotegida en enrojecer por el número del SPF. El resultado son los minutos que podemos estar expuestos al sol sin quemarnos. Por ejemplo, una piel clara que habitualmente enrojece a los 5 min., con un SPF 15 podría estar expuesta al sol durante 75 min. sin correr ningún riesgo (5 min. x15 SPF = 75 min. protegida).
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